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Lucha de poder | Opinión

Protesta en defensa del INE frente al Senado de la República durante la jornada de discusión de la reforma secundaria en diciembre de 2022, en Ciudad de México (México).Galo Cañas Rodríguez (Cuarto oscuro)

A pesar del revuelo mediático que provocó que el presidente de la Corte no se levantara cuando el jefe del Ejecutivo llegó al presidio del Teatro de la República, lo que hay que ponderar es que estos días los poderes aún han mantenido ciertas formas, ya que no lo han hecho. Es algo menor dado el gran choque en el que se han entrelazado los poderes del Estado mexicano.

El 5 de febrero, Norma Piña, titular de la Corte Suprema, desató el enojo presidencial por quedarse en su curul cuando llegó Andrés Manuel López Obrador para presidir el acto por el 106 aniversario de la Constitución. A la rudeza, el presidente respondió de tres maneras.

AMLO mantuvo sus formas cuando se reencontró, el 9 de febrero en la Marcha de la Lealtad, con Norma Piña. Si bien el presidente sigue ubicando a la ministra en un lugar alejado de ella, no le dio importancia a los saludos en público.

La segunda forma en que López Obrador respondió al gesto de Norma Piña fue atribuyéndole la posibilidad de independencia en la Corte. Si este ministro es presidente de la Corte Suprema es porque yo permito allí la libertad que antes no tenían, fue el mensaje desde Palacio Nacional. Intento de tutela disfrazado de apertura.

La tercera respuesta del presidente es la más delicada. En Palacio Nacional, en dos mañanas distintas, se lanzaron ataques contra miembros del Poder Judicial.

El mandatario instó, ni más ni menos, a la Secretaría de Marina y a Pablo Gómez, quien encabeza la Unidad de Inteligencia Financiera, a insultar y cuestionar a jueces y magistrados por no cumplir con sus procesos contra presuntos delincuentes. No nos digan que la ley es la ley, era prácticamente el coro de esos dos funcionarios.

No es la primera vez, desde luego, que desde la tribuna más mediática y con toda la fuerza del Estado el presidente arremete contra miembros del Poder Judicial. Pero que uno de los instrumentos de este ataque sea un secretario armado y el otro un funcionario con poderosas armas de fiscalización que este gobierno ha usado sin escrúpulos contra quienes se le resisten, no debe tomarse como normal ni intrascendente. Y menos en el marco de la próxima agenda.

El Poder Judicial revisará en las próximas semanas parte de las bases que quiere sentar López Obrador en su supuesto cambio de régimen. La militarización de la Guardia Nacional y el nuevo modelo electoral serán analizados por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En ambos casos, están en juego pilares del ideario del presidente.

Seis reformas a leyes electorales emprendidas por Morena y aliados serán impugnadas por diversos actores. La Corte ya tiene en juicio dos de estas iniciativas, que forman parte del llamado Plan B que decidió AMLO al no lograr mayoría constitucional para su paquete original.

Las otras cuatro leyes no están en trámite y hay apuestas sobre cuánto tiempo le dará el presidente a sus adversarios, porque para que impugnen esa legislación, primero debe ser promulgada por el titular del Ejecutivo. En todo caso, uno y otro querrán señalar a su favor la fecha límite para hacer reformas antes de una elección, en este caso el 2 de junio, fecha que marca los 90 días previos al inicio del proceso electoral de 2024.

Así, la Corte tendrá la responsabilidad de decidir si el próximo año el modelo electoral impulsado por Palacio regirá las elecciones. La oposición ha denunciado que este paquete amenaza la calidad de las elecciones e incluso su imparcialidad. Pero el lopez obradorismo sostiene que es un modelo más austero, funcional y democrático.

La Corte ya tuvo una bocanada esta semana de lo que le espera si deroga esas, y otras leyes impugnadas (también hay controversias sobre la Ley de Electricidad, por ejemplo). Que el almirante secretario recrimine a los jueces que han dejado en libertad a decenas de presuntos delincuentes que los marinos tenían detenidos, que el titular de la UIF incluso los critique de malinchistas, que se señalen los nombres y apellidos de quienes imparten justicia que el gobierno acusa, sin La evidencia, para estar del lado de los criminales, es extremadamente delicada.

La lucha por el poder se ha intensificado. El presidente quiere ser el único actor que marque la discrecionalidad de las grandes decisiones, no importa si tiene facultades legales o no. Y no dejará de hacer muy evidente su reivindicación: al declarar, por ejemplo, esta semana que el INE es un organismo “mantenido y que no sirve para nada”, pone el timbre en el Tribunal de lo que les espera si defienden el modelo por el cual hoy los mexicanos dirimen sus elecciones.

La lucha de poderes tuvo otro estancamiento el día de la Constitución. Ese día hubo prácticamente dos discursos aunque fueron cuatro las personas que hablaron. Porque lo que dijo AMLO en esa fecha tuvo una clara dedicatoria para lo que Piña, el diputado Santiago Creel y el gobernador Mauricio Kuri. Estos tres defendían la pluralidad y la independencia. El mandatario, por su parte, descalificó la actual carta magna por manipular los 35 años previos a su llegada al poder en 2018.

Los discursos del 5 de febrero son un llamado a luchar por modelos diferentes e irreconciliables. El mensaje de Andrés Manuel ese día fue una advertencia: ni se les ocurra pasar el rastrillo neoliberal a las leyes que ahora estamos impulsando. Es decir, a través de iniciativas como el Plan B, el presidente quiere modificar la Constitución, al prefigurar que los criterios de sus leyes deben marcar los artículos de la Carta Magna, y no al revés.

En esta lucha el gobierno luchará con una fuerza que sorprenderá a propios y extraños. Porque está en juego parte de la irreversibilidad de lo que pretende López Obrador. Cambiar el modelo electoral para garantizar las condiciones de una larga permanencia, por la vía electoral, de los suyos al mando de la República. Y los primeros que se han sumado a esa lucha son dos de sus corcholatas.

Si bien hay quienes intentan despresurizar la lucha -aunque ya se han cruzado de manos por completo y dejarán pasar el Plan B, el senador Ricardo Monreal está en diálogo con el INE y con sectores de la oposición-, tenemos al candidato que apoya cualquier propuesta de su jefe y que va más allá: Adán Augusto López es un machete verbal que manda por cocas al INE y hasta convenios internacionales firmados por México en materia de derechos humanos. Ante lo que le corresponde, el canciller Marcelo Ebrard da la vuelta.

Porque la lucha por el poder está motivada, por supuesto, por el deseo del Ejecutivo de mantener su dominio sobre otro poder, el Legislativo. En 2024 el oficialismo no incurrirá en el descuido que tuvo en las elecciones intermedias. El despliegue territorial de operadores de partidos que serán los mismos que el gobierno es la mitad de la fórmula para retener la Presidencia y aumentar tanto las gubernaturas como las mayorías legislativas. Bajar el árbitro es la otra parte de la estrategia: nunca más una tarjeta roja del INE a sus candidatos, nunca más una auditoría a sus operadores.

Como en muchas cosas que dice AMLO, hay que leer lo contrario cuando jura que nunca ha pretendido ser el poder de los poderes. Y la demostración de que eso es exactamente lo que pretende le va a resentir en todos los días venideros por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Poder Judicial en su conjunto. La lucha será de pronóstico reservado.

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