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Lecciones del arresto de Ovidio Guzmán | Opinión

Este jueves 5 de enero, a las 4:40 de la mañana, un operativo de las Fuerzas Armadas en coordinación con las instituciones de seguridad del Estado de Sinaloa, lograron detener a Ovidio Guzmán López en la comunidad de Jesús María, sindicato en Culiacán. El ratón, como lo llaman en los corridos, es hijo de Joaquín Guzmán Loera y había bajado de las montañas a festejar en familia. Ignoraba que seis meses de trabajo de inteligencia preparaban su reconquista. Hoy se encuentra a disposición del Ministerio Público federal, según informó el secretario de la Defensa de México, Luis Crescencio Sandoval, y podría ser reclamado por el gobierno de Estados Unidos para su extradición.

Hasta ahora un éxito, sobre todo porque la reconquista pareció cerrar la herida abierta que dejó su liberación en una operación anterior hace más de tres años. Sin embargo, lo peor estaba por venir, ya que el Cártel de Sinaloa desplegó de inmediato una contundente serie de acciones narcoterroristas que sumieron en la zozobra al Estado; primero, para tratar de evitar el traslado de uno de sus líderes y luego para sembrar el caos.

De inmediato, la memoria colectiva recordó ese otro fatídico jueves 17 de octubre de 2019, que los sinaloenses llamamos Jueves Negro y muchos, desde afuera, llamamos El Culiacanazo para disgusto de los que estamos aquí. Ese día, la ciudad se vio sumergida en un enfrentamiento donde tres personas inocentes murieron por fuego cruzado sin que, hasta el día de hoy, haya ningún detenido.

Hay quien ya habla de la “repetición” del Jueves Negro, pero yo no estoy de acuerdo. No sé si estamos ante algo peor o mejor, pero hay dos grandes diferencias que hacen de este jueves un día diferente a aquel otro, una positiva y otra terriblemente negativa.

Yo explico. Primero lo positivo: esta vez la operación salió bien. O mejor dicho, pudieron sostener el éxito de la detención y traslado de Ovidio. Lo cual habla de que el Estado, cuando quiere, puede combatir el crimen organizado. Y lo consiguieron por tres razones: una, la operación fue planeada con anticipación e inteligencia, solo esperaron el momento adecuado; dos, ejecutaron el plan con una impecable coordinación entre las instituciones federales y estatales, lo que les permitió evitar un rescate; y tres, lo hicieron durante la madrugada, logrando retrasar la reacción de los delincuentes. Por supuesto, ayudó que sucediera en una pequeña comunidad, lejos de la ciudad, donde puedes tener más sigilo, margen de maniobra y control territorial.

Destaco la coordinación entre corporaciones, porque esta capacidad les permitió resistir el ataque al aeropuerto de Culiacán y lograr el traslado de Ovidio en un avión de las Fuerzas Armadas directo a la Ciudad de México, contener un intento de fuga masiva en el Penal de Aguaruto y evitar que personal militar siendo secuestrado por delincuentes, como sucedió durante el Jueves Negro y que fue la gota que obligó al presidente López Obrador a dar la orden de liberar a Guzmán López. como insistimos Noroeste: esa vez, el rehén era el ejército.

Pero lo negativo es más preocupante. Lo que vimos fueron acciones de narcoterrorismo idénticas a las desplegadas durante el Jueves Negro: básicamente saqueos e incendios de vehículos y bloqueo de vías estratégicas con ellos. En esta ocasión, sin embargo, el matiz importante es la escalada territorial a todo el Estado. Tenemos registro de bloqueos desde el norte, en Los Mochis, hasta Escuinapa, en el sur. Para los que minimizan la relevancia de Ovidio Guzmán dentro del Cártel de Sinaloa, solo miren la magnitud de la reacción que paralizó a todo un estado por un día completo. Todavía a las 5:00 de la tarde, hora en que escribo esto, el llamado del alcalde de Culiacán, Juan de Dios Gámez, es a refugiarse en casa. La incertidumbre sigue ahí y muestra la magnitud del poder violento de los delincuentes.

Resumo el balance oficial hasta el momento: Ovidio Guzmán detenido, 27 heridos, al menos 4 muertos, 19 bloqueados; Además, la prensa fue otro flanco atacado, con 4 periodistas despojados de sus vehículos, 3 de sus equipos y 6 amenazados; 102 vuelos cancelados, un avión comercial baleado, terminales de buses y aeropuertos cerrados, miles de sinaloenses sin clases ni trabajo. Fríos números que explican un día perdido por la violencia.

Paradójicamente, Sinaloa cerró 2022 con 495 homicidios, el registro más bajo desde antes de la escalada de violencia provocada por la Guerra contra el Narcos iniciada por Felipe Calderón, pero hechos como los de este 5 de enero nos recuerdan que los indicadores son muy poco consoladores cuando el lobo nos han alimentado y tolerado está dispuesto a enseñar los dientes si alguien se atreve a pisarle la cola.

No sabemos si la violencia seguirá, nada garantiza que no. Pero tarde o temprano, los sinaloenses volveremos al trabajo, a la escuela, a la calle… porque no queda de otra y hay que vivir. La pregunta es ¿cuánto tiempo nos llevará volver a hacerlo sin miedo?

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